martes, noviembre 11, 2008

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO


El Barroco es la época de la representación por excelencia. En el siglo XVII el teatro nacional, el arte nuevo de Lope, se convirtió en la expresión ideológica del poder como mass media privilegiado con el que propagar las ideas consensuales sobre las que se asentaba la España monarquico-señorial de entonces. Principios como la supremacía divina, la fe, el rey, el honor, la limpieza de sangre, el villano rico,... formaban parte del ideario popular sin coerción alguna gracias a la gran difusión ideológico y cultural del teatro y a la conciencia, cada vez más extendida, del vivir como representación, alienación propicia y sugestiva ante una realidad pobre y hostil.
Habría de ser Cervantes quién se enfrentase a esa maquina monstruosa descodificando la producción ideológica destinada al control y la explotación social. Toda su obra es un esforzado intento de abordar la realidad oscilante de su época, de someter la profusión de signos circundantes a la verdad mediante una interpretación crítica y transformadora encaminada a estructurar, a través de la perspectiva y el diálogo, un conocimiento plural frente al pensamiento único establecido.
Habida cuenta de la primacía de Lope en las tablas, Cervantes optó por desarrollar su producción literaria desde la novela. Si aún hoy el hábito, e incluso la posibilidad de la lectura, no está generalizado, imaginémonos en 1605, fecha de la publicación de la primera parte de El Quijote. Así y todo, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha constituyó un enorme éxito entre la inteligencia, insuficiente para desmontar la mitología oficial y competir con el fervor popular de Lope, a quien su ocupación continua y virtuosa, consistente en poner los cuernos a los maridos de Madrid y hacer de alcahuete del duque de Sessa al abrigo del poder señorial e inquisitorial, no le impidió alzarse con la monarquía cómica mientras Cervantes pasaba su vida entre trabajos burocráticos, penurias económicas, estafas, naipes, celestinajes, cárceles y otras penalidades e incomodidades sin cuento.
Así, los entremeses cervantinos, destinados más a la participación crítica activa -“para que se vea despacio lo que pasa apriesa”- que al consumo pasivo, nunca fueron representados en un medio, el teatro, cuya función de reproducción del sistema era ajeno a la disidencia, cuanto más a la subversiva desmitificación cervantina, desveladora de todo el armazón de una sociedad que hacía de la representación su forma de vida frente a la actuación, es decir, la acción individual y colectiva de transformación social. Estas obritas son una invitación a la disidencia y a la risa más convenientes para los estudiantes de secundaria que la indigestión de El Quijote.
Si la sociedad barroca estaba mediatizada por el auge del teatro como reproductor ideológico del poder, la característica del siglo XX ha sido la imagen, cuyo influencia va a incrementarse en el XXI y cuya potencialidad es infinita en comparación a los medios de difusión anteriores. La representación en la actualidad se sirve en imágenes que codifican la realidad haciéndola ininteligible mediante toda una imaginería de la explotación a ¿nuestro? servicio, de ahí que la comunicación produzca hoy en día más plusvalía que cualquier otra actividad económica.
Ante lo que se avecina, el filósofo Grabiel Albiac manifestaba recientemente que “asistimos a la extinción de esa figura crucial de la modernidad llamada ciudadano... al cual la revolución había enseñado que no hay verdad sino en la negación, la resistencia, la primacía de la interrogación y del conflicto... Consenso, consentimiento, cesión de la potencia propia en las manos de otro que todo lo posee para hacernos siervos...”. mediante -añado- “un laberinto de imaginaciones que no aciertes a salir de él, aunque tuvieses la soga de Teseo” (Don Quijote a Sancho, I-48).

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