martes, octubre 28, 2008

BIENVENIDOS AL DESIERTO


La gente de los noventa, esa que anda ahora por los dieciséis y dieciocho años, se enfrenta a su primera crisis, no personal sino social. Ahora, y sin Morfeo que los guíe, aparecerá ante ellos el desierto de lo real tal cual. Caídos los software de ocultación, revelada la ciberapariencia del sistema, queda la verdad, nada más.
Eran los años ochenta cuanto tras la movida vino la realidad. El nacional-progresismo se dispuso a implantar el postfordismo con el fordismo aún sin acabar. Fue un salto mortal que ninguna derecha podía ejecutar. Necesitábase de la complicidad ilusa de unos ciudadanos dispuestos a no pensar llevados en volandas por el cambio. Era preciso renovar la composición técnica del capital tras los años de acumulación franquista, y, a la vez, modificar la composición técnica del trabajo, cercar su crecimiento, derechos y adquisiciones ante un capital que necesitaba un mercado laboral a su gusto. La aplicación del nacional-progresismo fue impecable. Entrados los noventa el desierto de lo real apareció en todo su esplendor tras los fastos de la Expo-92.
Hoy, invalidados los mecanismos institucionalizados de representación –partidos y sindicatos protagonistas del desfalco-, el sistema se confía más que nunca a su barroca capacidad de prestidigitar complejas maquinarias de engaños y embelecos en la subjetividad social. La opresión ideológica es más efectiva que la física. Esta queda para migrantes, excluidos y demás. Pero todo síntoma psíquico conlleva un padecimiento físico, somatiza dolor.
Los jóvenes habrán de salir del videojuego –los sacarán de todos modos- y convertir su adormidera de artilugios tecnológicos es dispositivos de pensamiento, creación y resistencia. Habiendo crecido sin partidos, sin referencias institucionalizadas, los inconvenientes pueden ser ventajas dado que el conocimiento por uno mismo vale más que el inducido. La política está por inventar.
Toca su crisis, toca su inclusión en el mundo del trabajo. Toca ser mayor de edad desasidos de la tutela de los padres, el instituto, la pandilla. Todo atisbo gregario ha de ser relegado por el instinto individual y solidario que provee el común de lo vivido. Solo desde la inmanencia cabe la presentación, no la representación. Solo desde la inmanencia cabe la reflexión de cada singularidad en el común como máquina subversiva y jovial.
Publicado en Cuatro Esquinas º614

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