SOBRE LA FELICIDAD COMO OBRA EN LUCHA EN EL TRABAJO DEL CONOCIMIENTO
Nicolas Martino
http://effimera.org/sulla-felicita-come-opera-in-lotta-nel-lavoro-della-conoscenza-di-nicolas-martino/
Señalaba
significativamente Alfred Sohn-Rethel que el propio intelectual
"ignora absolutamente el origen social de sus formas conceptuales."
Es bueno tener en mente estas palabras –así como el conjunto de la genial y demasiado poco
valorada investigación de Sohn-Rethel sobre la relación entre la forma-dinero y
la forma- saber- para tratar de
desarrollar cualquier reflexión sobre la felicidad y la infelicidad en el
trabajo del conocimiento y enlazándolo con que hace sólo unos meses la
histórica revista de filosofía “aut aut” ha dedicado un número al trabajo
intelectual en la época neoliberal, un dossier
titulado, significativamente "Intelectuales de sí mismos."
Sí, ellos, porque el intelectual está ya completamente colonizado por la forma
de vida neoliberal que ha hecho de toda persona un empresario de sí mismo, y
por tanto lo ha capturado en en ese marketing
que no parece dejar ninguna vía de escape. Sin embargo, y precisamente a
partir de esta figura hiperindividualizada, es posible que emerjan figuras de la
vida común: es posible abrir un discurso que sustraiga el trabajo intelectual
de la infelicidad de un narcinismo (narcisismo+cinismo) exasperado.
La del intelectual es una larga y compleja
historia que ha marcado el siglo XX, pero la del intelectual empresario de sí
mismo es relativamente reciente y es posible rastrearla hacia mediados de los
años setenta, coincidiendo con el gran contrarrevolución neoliberal. Por una
parte, es el resultado de la consumación de aquella figura del intelectual
llamado a distinguir lo verdadero de lo falso y el bien del mal desde su
aislamiento –consumación inducida por la transformación postfordista basada en
la separación entre trabajo manual e intelectual y en la valorización del
trabajo intelectual y creativo difuso –y también del fracaso de la respuesta
que a esa gran transformación trató de dar aquella intelectualidad de masa que
emergió en la escena de las metrópolis occidentales después de los llamados
treinta gloriosos.
Como sabemos, esta transformación
postfordista había sido intuida proféticamente por Hans Jürgen Krahl en 1969 cuando en las Tesis sobre la relación general de intelectualidad
científica y conciencia de clase proletaria escribía: "la
destrucción de la conciencia cultural tradicional abre el camino a procesos de
reflexión proletaria, a la liberación de
las ficciones idealistas de la propiedad,
y esto también hace posible que los productores científicos reconozcan en los
productos de su trabajo el poder objetual y hostil del capital y, en sí mismos,
de los explotados [...].Los componentes de la intelectualidad científica, por
otra parte, ya no pueden entenderse a sí mismos, en el sentido de la burguesía
ilustrada, como poseedores, por así decirlo inteligibles de la Kultur,
como productores de rango superior, rango metafísico". Intuiciones
proféticas posteriormente desarrolladas por las luchas y el pensamiento
autónomo y post-operaista.
Por eso decía que es importante tratar de
esbozar el origen social de las formas conceptuales que han capturado al
intelectual dentro de la nueva razón del mundo, por decirlo con Dardot y Laval:
para buscar estrategias de salida y empezar a hacer retroceder la infelicidad
cuanto sea posible. Este origen de la aparición
del intelectual de sí mismo ya lo había identificado Gilles Deleuze en una
extraordinaria entrevista de 1977 acerca de los Nouveaux Philosophes,
cuando respondía a la pregunta sobre qué pensaba de este nuevo grupo de jóvenes
pensadores en su mayoría ex maoístas y normalistas: "Nada. Creo que su
pensamiento es nulo", añadiendo que "cuanto más frágil es el
contenido del pensamiento, más importancia adquiere el pensador, y mayor es la
importancia que se atribuye al sujeto de enunciación respecto a los enunciados
vacíos". Así que después de la vanguardia que había puesto en duda la
función de autor, en la música, en la pintura, en el cine y también en la
filosofía, se asistía a un significativo "retorno a un autor o un sujeto y
algo vanidoso", retorno que representaba "una desagradable fuerza
reaccionaria”, en virtud de la cual los Nouveaux Philosophes se
presentaban a sí mismos como los "verdaderos innovadores" que
introducían en Francia el marketing
literario y filosófico. Precisamente tenía razón Deleuze un año antes,
en 1976, porque Bernard-Henri había inventado la pub-filosofía confeccionando ad hoc un dossier sobre Les
Nouvelles Littéraires haciendo de su propio nombre una marca y lanzando un
fenómeno mediático que habría funcionado como modelo para muchos otros que
sería seguido poco después con el «novismo»
de asalto de
los años ochenta: los nuevos críticos, los nuevos artistas, los nuevos
diseñadores, etc.
Me parece que fenómenos como éstos son especialmente interesantes porque han revitalizado la función-autor, función sobre la que trabaja la razón neoliberal. Este es el rol eminentemente político desempeñado por operaciones de este tipo, más allá del aspecto más evidente que era el de justificar la desmovilización, como advertía Nicos Poulantzas ya en 1977, y con él también Bifo y otros en los mismos años.
He aquí la invención del intelectual empresario de sí mismo, al cual le es reconocido sin duda el mérito de haber intuido, de inmediato, el sentido de la subsunción del trabajo cultural dentro del capital y las oportunidades que ofrece la sociedad del espectáculo. El intelectual mediático y empresario de sí mismo es una de las posibilidades abiertas por la contrarrevolución neoliberal, que diseña sin embargo las formas conceptuales dentro de las cuales se encuentra capturado el intelectual en general y el knowledge worker del Quinto Estado. Un intelectual que no existe fuera de la restauración de la función autor y, por tanto, de una hipersubjetivación individualista, narcinista y caricaturesca, marque el origen de la infelicidad difusa en el trabajo del conocimiento, es decir, un trabajo atravesado por la competitividad neoliberal compuesta de rendimiento, clasificación, autoexplotación, evaluación continua de sí y promoción estratégica de su aura.
Estas formas conceptuales van siendo abandonadas. Un ejemplo es la aventura de Luciano Bianciardi, bardo indomable del Quinto Estado y nuestro hermano mayor, que era capaz de adivinar -como se dio cuenta Paolo Virno- las transformaciones del trabajo cultural anticipando los desarrollos post-fordistas, y ,que sin embargo, fue capturado precisamente por la función autor. Una función que hacía de nuestro grossetano un beat o un bohemio al que en última instancia le encantaba mecerse en su derrota, en su individualización como intelectual de izquierdas, no llegando a comprender las consecuencias de la transformación experimentada en primera persona, una transformación que abriría puertas sin límites al despliegue de la marea-bohème contra las enclosures del neoliberalismo en torno a la figura del bohemio.
Bianciardi fue capturado precisamente por el
aura del bohemio, como subraya también Sergio Bologna en una intervención de
hace unos años, cuando recordando la experiencia de la “Comune fenomenologica
di Via Sitori” -a través de Sirtori- y los inicios de los “Quaderni Rossi” dijo
que: “para oír contar nuestra vida cotidiana
de gente que actuaba en el frente, decimos, "antagonista”. Al oir
decir qué ocurría a dos pasos de su casa, nuestro héroe se quedaba sin
palabras, mirándonos con desconfianza como si pensase "éstos me están
dando por culo" o, quién sabe, sino se trataba simplemente de otra forma
de bohemia "politizada" diferente de aquella a la que estaba
acostumbrado la bohemia “artística”. Hacía un año que se había publicado “La
vita agra” y para nosotros era como el comer: Bianciardi había sido capaz de
representar perfectamente la figura del intelectual de izquierdas, justo lo que
queríamos no ser". Y añade significativamente Sergio Bologna que para
liberarse del rol que la sociedad asigna al intelectual en realidad se necesita
mucho más que una toma de posición, hay que cambiar de vida. Sobre esta
contradicción vivida en primera persona por Bianciardi y sobre el rechazo del
aura y las puertas sin fin que la transformación postfordista abría en la
marea-bohemia por un lado, y sobre la captura y valorización
hiperindividualizada y narcinista del aura por parte de la
contrarrevolución por otro, se consumará
también el movimiento de los años setenta en Italia.
Un aura - aquella en la que fue capturado
Bianciardi- puesta en valor por la industria cultural sobre todo a partir de
los años setenta cuando, con el fin de la convertibilidad del dólar en oro
decidida por Nixon en 1971, el dinero fue inútil como medio para conservar
valor en el tiempo y se comenzó a invertir en la comercialización de la
producción cultural y en el mercado del arte, centrándose todo en
la autenticidad o en la autoría y por tanto en la valorización de la firma del
artista convertido en marca, mientras que el intelectual empezaba a convertirse
precisamente en empresario de sí mismo. Y aquí, tal vez, sería muy importante y
estratégico desarrollar las investigaciones de Sohn-Rethel sobre la relación
entre las formas del dinero y las formas conceptuales.
Sobre cual fuese la manera de salir de la
captura de la función autor, recordaba Sergio Bologna, en la
intervención mencionada anteriormente, la necesidad de cambiar la vida
refiriéndose a la investigación y co-investigación: una práctica
teórico-política que tuvo como objetivo derrocar el estado de cosas presentes,
poniéndose más allá de la función de autor. Y ya lo señalaba en los años setenta Danilo Montaldi,
extraordinaria figura de sociólogo y activista político, cuando al escribir a
un amigo insistía en la necesidad cultural y política de "ser capaces de
ser aquéllo que se es, (no quiero añadir los : por si es una frase textual)
asalariados, estudiantes, intelectuales, y al mismo tiempo de renunciar a lo
que se es y devenir unidos a uno sola cosa".
Quizás desde aquí se puede retomar la cura de la infelicidad que sufre el trabajador del conocimiento, para construir juntos aquellas formas de vida en común que requieren una subjetividad diferente, pero que sólo pueden darse dentro de un proyecto político que rompa la governance neoliberal. En este sentido, quizá no sea inútil recordar un episodio políticamente muy significativo. La revuelta de los Ciompi de 1378, y tener en cuenta la lectura de Maquiavelo sobre aquella primera lucha por el común en sus “Historias florentinas”. Acabar con el comando neoliberal significa organizar una lucha de liberación de la infelicidad difusa, hacer retroceder, lo más posible, la infelicidad sabiendo que la felicidad es la obra en lucha en el trabajo del conocimiento: una lucha que necesita de una poesía del común, no de poetas del narcinismo.