domingo, marzo 25, 2012

LA FÁBULA DE LAS GALLINAS PONEDORAS

La voracidad del hombre no tiene límites, y sacrifica a su apetito no sólo las presentes sino las futuras generaciones gallináceas...  Jaulones enormes había por todas partes, llenos de pollos y gallos, los cuales asomaban la cabeza roja por entre las cañas, sedientos y fatigados, para respirar un poco de aire, y aun allí los infelices presos se daban de picotazos por aquello de si tú sacaste más pico que yo...   
                                            (Gladós, Fortunata y Jacinta)

   La enésima actuación litúrgica contra la crisis evoca una conversación mantenida no ha mucho con uno se esos panópticos de la transición que presumen de exagetas de la acción revolucionaria fordista, en aquellos tiempos en que todos eramos comunistas: la rebelión de las gallinas ponedoras. Nos estamos refiriendo a ese dispositivo de producción medante el cual las aves se disponen a comer, realmente a trabajar, al encenderse la luz eléctrica, de modo que su vida cotidiana dentro de la granja viene disciplinada por el horario necesario a la producción avícola.

   La biopolítica del capital establece una idéntica relación sobre los trabajadores, la gente toda que habitamos la fábrica metropolitana, a la hora de regular, ya no nuestra producción, sino nuestra vida: una vida sujeta a la plena disposición capitalista, toda vez que la propia reproducción de la fuerza de trabajo implica la propia reproducción del capital desde el momento que asumimos su modus vivendi ideológico, político y productivo. Somos capital en tanto en cuanto reproducimos sus relaciones, principalmente a través del trabajo asalariado. Incluso en la huelga que se avecina corremos el riesgo de cargar como Sísifo la piedra del capital a nuestras espaldas continuamente si no rompemos de una vez por todas con la eucaristía del trabajo y, sobre todo, de la protesta del trabajo asalariado, paralizando la producción metropolitana mediante la interrupción del consumo a través del cual se reproduce hoy el capital y sus relaciones linguísticas inmateriales.
  
   Pero la pasión triste de la fábula consiste en la pavloviana caracterización de las protestas, que se producirían mientras nos encienden (o se nos enciende) la luz; después, a oscuras, nuevamente a dormir. Al amigo panóptico referido, y a todos los panóticos que nos acechan, habría que hacerles una precisión al respecto, cual es que en la granja avíocola en que están convirtiendo Europa, ya escasea la luz eléctrica y el pienso. Efectivamente, la racionalidad impuesta mediante los recortes del welfare, esa transacción mediante la cual el capital fordista legitimó su aceptación a cambio del disfrute temporal del reparto asimétrico de la riqueza socialmente producida, no puede sino provocar una rebelión en la granja, sin cerdos, of course. La propia carestía, la extensión de la pobreza a la que está siendo sometido el común, la producción de lo común, acabarán por inhabilitar los dispositivos de control tan eficaces hasta ahora. De hecho, el mayor dispositivo es, hoy en día, la exposición obscena, impúdica, brutal, de la expropiación, de la violencia capitalista, dado el grado de antagonismo existente entre el 1 y el 99 %, esto es, la expresión cada vez más cruenta de la lucha de clases.
  La fábula gallinácea podrá parecer irreverente, incluso vejatoria, a los profesionales de la acción política y sindical, a todos aquellos que vean en el proletariado una unidad de destino universal, un sujeto trascendente y trascendental. No hay tal, almighty god is a living man: la multitud es una potencia inminente e inmanente que se despliega regocijándose consigo misma.


 PD: Cause little red rooster is on the prowl (The Red Rooster,  Howling Wolf)