domingo, septiembre 15, 2013

LAS DINÁMICAS DE LO REAL



“Los desgraciados son egoístas, maliciosos, injustos, crueles y menos capaces aun que los tontos de comprenderse uno al otro. La desgracia, en lugar de unir, separa a la gente, y hasta allí donde parecería que los hombres debieran estar ligados por el dolor común, se cometen muchas más injusticias y crueldades que en un medio relativamente satisfecho”.  Enemigos, Anton Chejov

       Dice Jorge Moruno reflexionando sobre el desierto de lo real: “creo que no es la proyección de un mundo de miseria y pauperismo. El desierto de lo real creo que puede ser eso pero mucho más horrible en su cristalización.” Esa proyección de miseria y pauperismo es la cristalización del común sometido a las relaciones parasitarias capitalistas, las cuales sólo pueden dar lugar a su corrupción producto de las relaciones de necesidad carentes de solidaridad que los hombres se ven obligados a mantener entre sí.

       Este desierto de lo real  lo que en el quinto número de los Quaderni di San Precario se llama ‘il comun cattivo’, el común ‘malo’,  ‘corrupto’. La vida puesta a trabajar, las relaciones productivas surcadas por el trabajo vivo, fuente de todo valor capturado por el capitalismo financiero, es desprovista de toda identidad común sobre la que queda implantado ‘el mal’, pero no un mal moral, trascendente, sino un mal material, corrupción del trabajo vivo, inmanente terreno de lucha política donde rige la ley del valor.

       Así el infierno descrito por Chejov arriba es un infierno político, un infierno carente de relaciones, de encuentros ‘felices’, que posibiliten el ‘buen’ común, que no es otro que el común propiamente dicho, pues como dice Juan Domingo Sánchez Estop, “ser propietario es poder excluir al otro del disfrute de lo que podría ser común”, es decir, no hay común basado en el individuo y la propiedad. No, no es posible el común en el mundo de las pasiones tristes al que nos aboca el capital dentro del individualismo exacerbado de la propiedad, en el ámbito particular. Sólo es posible el desierto de lo real.

       Cuando hablamos del desierto de lo real no estamos haciendo referencia a una realidad preconcebida sino a su materialidad, y lo hacemos desde las relaciones que establecemos en ella, y en primer lugar, con los demás, ‘buenas’ o ‘malas’, ‘solidarias’ o ‘corruptas’. Es decir, nuestra sociabilidad es inmediatamente productiva, si bien la nuestra es una productividad metropolitana de afectos constitutiva de bienes comunes, de ‘buen’ común. Tenemos que, entonces, la construcción de ‘lo real’ es un proyecto político que nada tiene que ver con la mera constatación de lo real, ese desierto producto de la desposesión que el capital ejerce sobre el trabajo vivo y las pasiones que en él despierta.

       Por ello tal vez sería mejor hablar aquí de la ambivalencia de la multitud, puesto que el común es la producción del trabajo vivo, o con más precisión, de las dinámicas de la multiud y sus instituciones, considerando como 'buena' aquella multitud basada precisamente en las relaciones productivas del común y 'mala' aquella dominada, implicada, en las relaciones del mando que reproduce ‘formas corruptas’ de relaciones ‘comunitarias’ a partir de sus instituciones, bloqueando y disminuyendo el poder multitudinario y su capacidad de hacer común, fomentando las bajas pasiones impelidas por la necesidad y el individualismo. La actividad revolucionaria consiste precisamente no tanto en la destrucción de tales instituciones que propician las formas corruptas de lo común sino en la creación de instituciones propias, del común.

       Desde este punto de vista, el desierto de lo real es también un espejismo que refleja nuestra propia incapacidad política, un infierno donde expiar nuestra supuesta culpabilidad. Sólo es posible la redención desde la inmanencia de las relaciones productivas que den lugar a instituciones comunes. El ‘Sí, se puede’ encierra toda la capacidad volitiva de la que es capaz la multitud, una capacidad que las luchas frente a los desahucios, las privatizaciones, el racismo,… -en definitiva contra las formas corruptas que pone en marcha el capital para sembrar de miseria nuestra vidas e intenciones-, ponen de manifiesto y que alumbran la constitución de ‘buenas’ formas del común.