LAS DINÁMICAS DE LO REAL
“Los
desgraciados son egoístas, maliciosos, injustos, crueles y menos capaces aun
que los tontos de comprenderse uno al otro. La desgracia, en lugar de unir,
separa a la gente, y hasta allí donde parecería que los hombres debieran estar
ligados por el dolor común, se cometen muchas más injusticias y crueldades que
en un medio relativamente satisfecho”. Enemigos, Anton Chejov
Dice Jorge Moruno reflexionando sobre el desierto de lo real: “creo que no es
la proyección de un mundo de miseria y pauperismo. El desierto de lo real creo
que puede ser eso pero mucho más horrible en su cristalización.” Esa proyección
de miseria y pauperismo es la cristalización del común sometido a las
relaciones parasitarias capitalistas, las cuales sólo pueden dar lugar a su
corrupción producto de las relaciones de necesidad carentes de solidaridad que
los hombres se ven obligados a mantener entre sí.
Este desierto de lo real lo que en el quinto número de los Quaderni di San Precario se llama ‘il comun cattivo’, el común ‘malo’, ‘corrupto’. La vida puesta a trabajar, las
relaciones productivas surcadas por el trabajo vivo, fuente de todo valor capturado
por el capitalismo financiero, es desprovista de toda identidad común sobre la
que queda implantado ‘el mal’, pero no un mal moral, trascendente, sino un mal
material, corrupción del trabajo vivo, inmanente terreno de lucha política
donde rige la ley del valor.
Así el infierno descrito por Chejov
arriba es un infierno político, un infierno carente de relaciones, de
encuentros ‘felices’, que posibiliten el ‘buen’ común, que no es otro que el
común propiamente dicho, pues como dice Juan Domingo Sánchez Estop, “ser
propietario es poder excluir al otro del disfrute de lo que podría ser común”,
es decir, no hay común basado en el individuo y la propiedad. No, no es posible
el común en el mundo de las pasiones tristes al que nos aboca el capital dentro
del individualismo exacerbado de la propiedad, en el ámbito particular. Sólo es
posible el desierto de lo real.
Cuando hablamos del desierto de lo real
no estamos haciendo referencia a una realidad preconcebida sino a su
materialidad, y lo hacemos desde las relaciones que establecemos en ella, y en
primer lugar, con los demás, ‘buenas’ o ‘malas’, ‘solidarias’ o ‘corruptas’. Es
decir, nuestra sociabilidad es inmediatamente productiva, si bien la nuestra es
una productividad metropolitana de afectos constitutiva de bienes comunes, de
‘buen’ común. Tenemos que, entonces, la construcción de ‘lo real’ es un
proyecto político que nada tiene que ver con la mera constatación de lo real,
ese desierto producto de la desposesión que el capital ejerce sobre el trabajo
vivo y las pasiones que en él despierta.
Por ello tal vez sería mejor hablar aquí
de la ambivalencia de la multitud, puesto que el común es la producción del
trabajo vivo, o con más precisión, de las dinámicas de la multiud y sus
instituciones, considerando como 'buena' aquella multitud basada precisamente
en las relaciones productivas del común y 'mala' aquella dominada, implicada,
en las relaciones del mando que reproduce ‘formas corruptas’ de relaciones ‘comunitarias’
a partir de sus instituciones, bloqueando y disminuyendo el poder
multitudinario y su capacidad de hacer común, fomentando las bajas pasiones impelidas
por la necesidad y el individualismo. La actividad revolucionaria consiste
precisamente no tanto en la destrucción de tales instituciones que propician
las formas corruptas de lo común sino en la creación de instituciones propias,
del común.
Desde este punto de vista, el desierto de lo real es también un espejismo
que refleja nuestra propia incapacidad política, un infierno donde expiar
nuestra supuesta culpabilidad. Sólo es posible la redención desde la inmanencia
de las relaciones productivas que den lugar a instituciones comunes. El ‘Sí, se
puede’ encierra toda la capacidad volitiva de la que es capaz la multitud, una
capacidad que las luchas frente a los desahucios, las privatizaciones, el
racismo,… -en definitiva contra las formas corruptas que pone en marcha el
capital para sembrar de miseria nuestra vidas e intenciones-, ponen de manifiesto
y que alumbran la constitución de ‘buenas’ formas del común.